Novela tradicional. Narrar algo quiere decir tener que decir algo especial y particular, y esto está impedido por la standarización. Si la novela quiere permanecer fiel a su herencia realista y seguir diciendo cómo son las cosas realmente, tiene que renunciar a un realismo que, al reproducir una fachada, no hace sino ponerse al servicio del engaño obrado por esta. Cuanto más rigurosamente se mantiene el realismo de la exterioridad, tanto más crece la contradicción entre su pretensión y el hecho de que no fue así. El narrador funda un espacio interior que le ahorra la salida en falso al mundo ajeno. Imperceptiblemente el mundo va siendo arrastrado a ese espacio interior. En la novela tradicional el narrador levanta un telón, el lector tiene que corealizar algo que ya está realizado. La reflexión es un pecado cardinal contra la pureza objetiva.
Novela contemporánea. Hay una toma de partido contra la mentira de la representación, contra el narrador mismo, el cual intenta rectificar su inevitable perspectiva. El autor se desprende de la pretensión de estar creando realidad, a pesar de que ni una sola de sus palabras deja de sentar esa pretensión.
La distancia estética. Unas veces se dej al lector fuera, otras veces se lo introduce por medio del comentario en el escenario. Se anula fundamentalmente la diferencia entre lo real y lo imago. El sujeto poético se emancipa de las convenciones de representación objetiva. Así se prepara un segundo lenguaje que crece a través del monólogo del novelista y del monólogo de todos los innumerables alienados del lenguaje primero.
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